28.9.12

Inercias, exigencias. Del pasado, del futuro.

En otras catacumbas, he definido irónicamente al editor y, más concretamente, al editor universitario. Hoy se me ocurre que un editor universitario es un tipo que comienza su jornada hablando de Karl Popper, la intermedia explicando a un evaluador la diferencia que, a su juicio, existe entre una edición académica y un ensayo, y la remata ideando el diseño para la cubierta de un libro sobre el cribado metabólico. Claro, cuando llega a comer a su casa, el tipo está desfondado mentalmente y su familia comprueba, con dolorosa certeza no exenta de coraje, que ha olvidado comprar las pechugas en el mercadona, con lo que puede establecerse una inferencia inevitable, aunque en principio pudiera parecer que en extremo circunstancial, entre unos huevos fritos a prisa y de mala leche y la calidad de la edición universitaria. Otra definición: un editor universitario es un tipo del que los usuarios sólo se acuerdan si las cosas van mal, quiero decir, a la hora de repartir las ostias, si me permiten el venablo. Así, cuando toca tomar decisiones difíciles (y, con la que está cayendo, tan ingrata actividad es casi una rutina diaria), la cabeza del editor universitario aparece en la picota del royo público, para escarnio de su crueldad e incomprensión. En mi universidad -la compostelana de Fonsecas, vítores de San Jerónimo y tunos afónicos por la húmedad y el vino ruín- hemos decidido migrar la veintena de revistas que editamos (algunas germinadas en la posguerra) a una plataforma digital bajo Open Journal System. La versión beta puede consultarse aquí, aunque su alojamiento y bautizo oficial es inminente. El proyecto es técnicamente muy complejo, pero, por lo mismo, cautivador y altamente estimulante. En cualquier caso, no está exento de reluctancias, resistencias e incomprensiones. Mi argumento de oro es que, a) sólo se equivoca quien acomete los proyectos y hace cosas; y b) se hace camino al andar (gracias, don Antonio). Hace unos días, una buena amiga y colega me invitó a trasladar mi pobre prédica a cierto evento subtropical. Le interesaba, me dijo, que yo, para compartirla con los asistentes y así incitar un enriquecedor debate, contase mi experiencia sobre este proyecto de migración digital de revistas, algunas tan venerables. Debía, además, para incluirlo en el programa tentativo del simposio, proporcionarle un adelanto de título de mi intervención. Se me ocurrió de inmediato: Inercias del pasado, exigencias del futuro. El proyecto digital de revistas de la USC. Hace unos meses, un diario nacional definía, de modo expresivamente exacto, la difícil coyuntura actual del libro: La tormenta perfecta. Acceso abierto, embate digital, crisis de presupuestos, caída de las ventas, reducción ad absurdum de una producción en masa para un público indigente en materia lectora... Eso: inercias del pasado, exigencias del futuro. O, en términos técnicos: de éxito en éxito hasta el batacazo final.

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