[Juanpe Blanco Mira é viaxeiro e naturalista, e mantén con Melina Miller a canle de youtube MundoSinRumbo. Comparte con seu pai, entre outras moitas cousas, un amor fanático pola natureza].
El pasado 20 de febrero de 2021, un conocido rotativo gallego publicó un artículo, en mi opinión alentado por la Xunta de Galicia, en el que, al igual que en el franquismo, se cataloga al lobo ibérico de alimaña que, cito textualmente, mata todo lo que encuentra. El artículo evidencia una clara oposición a la tan esperada ley que prohíbe la caza del lobo en toda la Península, en un ruin intento de seguir amedrentando a la población con fotografías de ganado muerto en las que ni se especifica la fecha ni la certificación que acredite que fueron matados por lobos. Puro sensacionalismo que se utiliza como excusa para atribuir al lobo la alarma social, un término que adoran los políticos.
Es solo un ejemplo de numerosos artículos en los que con grandes titulares se destacan palabras como muerte, miedo y peligro, palabras, por cierto, que usan muy habitualmente, y no para referirse exclusivamente al lobo...
Me llena de indignación que quien escribe estos textos se atreva a hacer afirmaciones que, en los diez minutos que a él le lleva escribirlas, tiran por la borda años de trabajo de biólogos y científicos que dedican su vida al estudio de las especies, pues al grueso de la población el mensaje que le llega es el sensacionalista, no el científico. Para empezar, es una falta de respeto, y mientras política y ciencia no vayan de la mano, los medios seguirán malinformando a la ciudadanía.
Durante siglos el ser humano ha perseguido a los grandes depredadores acusándolos de crueles y despiadados asesinos, buscando, y consiguiendo en muchas zonas del planeta, su total extinción. Pero lo que debemos saber y entender es la contribución de estos animales al ecosistema, sin los cuales jamás se alcanzaría un equilibrio entre el resto de las especies.
Como todos los depredadores, el lobo, siendo una especie apical, es la más influyente en el control poblacional, es decir, sus presas, en sus respectivos territorios. Esto se debe a que, al igual que no es favorable la erradicación de una especie, tampoco lo es la hiperproliferación de otras, como en este caso serían ciervos, corzos o jabalíes. Y no solo eso: la caza ejercida por los lobos es también beneficiosa para la ganadería, ya que los cánidos predan siempre que puedan sobre ejemplares débiles o enfermos. En el caso del jabalí, que contrae tuberculosis y la puede transmitir al ganado, el lobo evita la propagación ya que siempre cazará estos ejemplares enfermos, más débiles y accesibles. Pura selección natural.
Un estudio realizado por el FAPAS (Fondo para la Protección de los AnimalesSalvajes) establece que la caza de ungulados, especialmente jabalíes, realizada por los lobos contribuye al aumento de la población de urogallos en el Parque Natural de Somiedo, puesto que estas aves nidifican en el suelo y una gran cantidad de jabalíes significa, evidentemente, la destrucción de muchos de estos vulnerables nidos. Sin embargo, en la sociedad actual está muy enquistada una imagen negativa del lobo, que olvida innumerables motivos que favorecen al ecosistema. Es cierto que en numerosas ocasiones, cada vez más frecuentes en algunas zonas, el lobo provoca daños en el ganado siendo responsable de la muerte de ovejas, cabras, vacas, terneras, etc., pero no podemos obviar que el lobo es predador por naturaleza y muchas de estas acciones son directa consecuencia de la ausencia de sus presas naturales a causa de la caza masiva del hombre, en ocasiones realizada en batidas ilegales. Además, el ataque a la especie no puede partir del simple argumento de los efectos económicos de su predación sobre el ganado, porque el lobo carece de algo de lo que nosotros disponemos: conciencia. El lobo no sabe que matando al ganado afecta al ser humano, pero el humano sí sabe que matando al lobo está afectando a todo el ecosistema. El lobo no sabe que detrás de esa vaca o de esa cabra hay dinero, pero el humano, cuando quiere, sí sabe defenderlas. Existen medidas archiconocidas para evitar estos daños como, por ejemplo, la presencia de mastines en los rebaños o la construcción de cercos donde resguardar al ganado. Hoy en día podemos proteger lo que nos dé la gana, pero, cómo no, es más fácil autorizar batidas mediante las cuales, y esto es importante, no se evitan los daños al ganado, sino que simplemente se reduce la población de lobos gratuitamente y se desestructura la jerarquía de las manadas, dificultando así que puedan predar sobre sus presas naturales.¿Acaso, tras años y años de muerte al lobo a manos de furtivismo, atropellos y cupos cinegéticos, han cesado los ataques al ganado? Hay muchos que se benefician de generar este conflicto, pero si acciones mal gestionadas como estas no se autorizasen seguramente los ganaderos, empezarían a preocuparse más por asegurar sus rebaños y defenderlos como es debido, y la ausencia de políticas de apoyo para aquellos que realmente apuestan por una coexistencia real con la especie, sumado al éxodo rural, a los bajos precios y a la insostenible competencia de la ganadería intensiva, es lo que realmente está acabando con el campo. Ya hay ganaderos que, en zonas de gran densidad lobera como Sanabria, han logrado esta coexistencia con las medidas preventivas adecuadas ¿Por qué la política no los escucha? ¿Por qué no utilizan estos ejemplos como modelos para generar ayudas a quien apuesta por mantener el campo con todos sus elementos? Existe otro tipo de depredador que luce traje y corbata, que se rige por intereses bastante menos nobles que los de nuestros hermanos salvajes y que prefiere acusarlos a ellos de todo mal para maquillar una gestión que está conduciendo al mundo rural a una extinción inminente.
Otro punto preocupante es la pérdida incontrolable de biodiversidad causada, entre otros factores, por la masiva población de eucaliptos, cuya gestión parece empeorar con los años (especialmente en el noroccidente Ibérico), por los vallados dedicados a delimitar las fincas o por la construcción de pistas, carreteras y autovías que alteran y fraccionan los hábitats naturales de numerosas especies. El jabalí no baja a las ciudades para hacer botellón. Puede que se arriesgue a adentrarse en una ciudad porque los monocultivos de eucalipto no producen castañas, y es nuestra basura la que los atrae. Llamamos rata del aire a la paloma que rebusca en la basura, pero, ¿de quien es esa basura? ¿De verdad somos tan arrogantes?
El ser humano se rige por la obtención de un beneficio inmediato y cortoplacista y desprecia un legado natural creado en el principio de los tiempos. ¿Nadie se acuerda ya del canto del águila, de la berrea del venado, del ulular de los búhos, del aullido del lobo…? No podemos medir todo en monedas, no podemos negociar con la naturaleza, no podemos exigirle todavía más. Todos nuestros actos han llegado a un punto a partir del cual deben de empezar a filtrarse por el mismo embudo: el de la ética. Habrá quién me tache de ecologeta urbanita, pero no me importa. Esto no va de campesinos y urbanitas, de ecologistas y ganaderos, pues cada uno se dedica a lo que quiere, a lo que puede o a lo que le toque, eso no importa; lo único realmente importante es luchar por la defensa de un impagable patrimonio natural común y una coexistencia que vaya más allá de etiquetas que tan solo sirven para desacreditar al otro y seguir alimentando un conflicto absurdo. No se va a conseguir nada matando animales, ya está demostrado. Ha llegado la hora de debatir como seres civilizados y establecer medidas reales para, como dijo el gran Félix, proteger a una madre que no se queja, que nos ha dado todo lo que tenemos, ¡y a la que estamos matando!