28.3.20

Silenciosa primavera


Hai obras inspiradoras, fundamentais, proféticas, luminosas como Venus no solpor dun día solleiro. Obras que, as máis das veces sen o preveren os seus autores, puxeron os alicerces de construcións grandiosas, asegurando con forza extrema esa ausencia de solución de continuidade que é característica do pensamento, da arte, da ciencia. En 1962 unha bióloga norteamericana de 55 anos, á que, por eses absurdos e crueis zarpazos do destino lle restaban apenas dous de vida, publicou un libro que, malia o título facer promesa dunha fermosa colección de poemas, era calquera cousa menos lírico, eu diría, case tráxico. A bióloga, tamén experta zoóloga, chamábase Rachel Carson; o libro titulábase Silent Spring  (‘Primavera silenciosa) e, consagrado á avaliación científica dos incalculables danos do uso indiscriminado dos pesticidas, especialmente o DDT sobre o medio natural, a grandiosa construción que a obra estaba alicerzando era, ni máis nin menos, a ecoloxía, entendida no seu máis contemporáneo sentido. Coa alerta explícita desta obra valente e pioneira, ademais de exasperar e poñer en pé de guerra a omnipotente industria química norteamericana, Carson advertiu, por vez primeira con inapelables criterios científicos, que a rapacidade do capitalismo pon en serio perigo o medio ambiente e a vida do planeta, algo que, para entendérmonos, case sesenta anos despois describimos como cambio climático.
De Primavera silenciosa, por certo, fixemos nas prensas universitarias, dentro da nosa colección de «Clásicos do PensamentoUniversal», unha edición en 2015 con excelentes limiar e tradución, respectivamente, dos profesores e meus bos amigos Pablo Ramil e Juan Casares.
Rachel Carson era unha científica, claro, unha científica de primeira orde, pero ¿que alma de científico non agocha o seu recanto de poeta? Titulou o seu libro dun xeito sublime, xogando cunha imaxe aterradora e elocuentísima, pero, de seu, profundamente lírica: a dunha primavera sen paxaros, como devastador efecto do abuso dos biocidas.
Nestes días de obrigada catacumba, acudín de novo ao meu exemplar da nosa edición de Primavera silenciosa (raro exemplar, pois esgotamos a edición en breve prazo), curiosamente movido por un sentimento de paradoxo. Nos breves paseos co meu can (vai para catro anos que o teño, non pense vostede que son un oportunista…), comprobo que quen silenciou é, cousa insólita, a humanidade e o único que se escoita nesta kafkiana primavera é o rechouchío dos paxaros, puro, doce, cristalino como a limpa auga dun regato, sen o fondo insoportable do balbordo das cidades. Porque a xente facemos moito ruído e, como adoita ocorrer, de cando en vez hai que calar un pouco.

21.3.20

Coronarrogancia (por Juanpe Blanco Mira)

 [Unha reflexión do meu fillo Juanpe. Ten 21 anos]

Coronarrogancia


No deja de sorprenderme el límite infinito de la arrogancia humana. Cuando menos, asombra ver cómo los gobiernos de todo el mundo adoptan medidas drásticas para evitar la propagación del Covid-19: el cierre inmediato de las industrias, la paralización del tráfico casi en su totalidad y el confinamiento general de la sociedad son algunas de dichas medidas. Los telediarios acribillan los oídos de cada cuidadano con sus incesantes amenazas en las que predominan las palabras muerte, contagio, peligro... 
Soy incapaz de comprender el por qué de esta innecesaria difusión de pánico y terror cuando lo único que debemos hacer es quedarnos en casa con nuestras familias (hablo en general). Cosa que seguramente mucha gente, a la que la rutina agobia, llevaba deseando durante mucho tiempo: «Ojalá tener más tiempo para mí, ojalá pasar más tiempo con los míos en casa, ojalá tener tiempo para leer ese libro o escribir esa novela...» Pues bien, lo que saca a la luz todo esto es el inconformismo de una sociedad de personas tan incapaces de convivir consigo mismas que mucho menos lo son de convivir con los demás. Ahora más que nunca, ansiamos una libertad que se nos está otorgando. La Mama Pacha en cierto modo ha decidido pausar nuestro acelerado ritmo para dejarnos pensar, dejarnos reflexionar sobre si el ser humano está realmente siendo humano. Ahora podemos activar nuestro modo introspectivo para analizar en perspectiva si esto que está sucediendo es una señal. ¿Lo estaremos haciendo bien?   
Los medios de comunicación, heraldos del pánico, me producen hartazgo al ver que han acaparado el 100% de sus informativos con datos de muertes y contagios. ¿Ya no existen los migrantes de la frontera greco-turca, víctimas del engaño a la espera de acceder a Europa bajo condiciones infrahumanas? ¿Ya no importan los países a lo que asolan conflictos bélicos, viviendo desde hace años en un confinamiento perpetuo y horrrible? ¿Nos hemos convertido en el foco de atención del mundo porque nuestra economía primermundista se ha paralizado durante un mes, dos como mucho? Me produce vergüenza. Rabia. 
Si los informativos dedicasen un poco de su tiempo a hablar de las muertes que causa la contaminación, (10.000 anuales solo en España, 800.000 en Europa y 7.000.000 en el mundo, ya que saco el tema) seguramente más de un@, en lugar de correr como un hámster en su rueda hacia el supermercado para arrasar con el papel higiénico, o a la farmacia para abastecerse de mascarillas, guantes, termómetros, desinfectantes, etc., a lo mejor dejaría de tirar esa colilla por la ventanilla del coche, o puede que comenzase a reciclar, incluso puede que recogiese alguna basura que se encontrase aunque no fuese suya. Sí, han leído bien: aunque no fuese suya. Podría ser también que utilizásemos más la bicicleta o nuestras piernas, ambos magníficos inventos, para desplazarnos economicamente y aumentar la salud, por cierto.  
Si en las noticias diesen la importancia que corresponde a aquello que realmente la merece... Los niveles de contaminación en las grandes ciudades del mundo, especialmente en China, han disminuído de manera histórica en el poco tiempo que llevamos de confinamiento y siguiendo las medidas adoptadas por los gobiernos. Así mismo, en Europa la reducción de los niveles de dióxido de nitrógeno ha batido récords, en Italia sobre todo, donde solo por poner un ejemplo, en los canales de Venecia se vuelven a ver peces y aguas cristalinas después de muchos, muchos años. En la capital española en tan solo apenas dos semanas se redujo la contaminación del aire en un 35%. ¡Observen de lo que somos capaces en apenas dos semanas! Soy incapaz de comprender cómo ni siquiera esto se ha mencionado en la televisión: si yo fuera psicólogo, lo primero que recomendaría a cualquier paciente sería llevar la televisión al punto limpio más cercano para así obligarse a uno mismo a informarse por sus propios medios en los muchos artículos publicados por revistas e instituciones que realmente apuestan por el conocimiento crítico y objetivo. Irónicamente, a raíz de las consecuencias acarreadas por este terrorífico virus mortal, miles de vidas estan siendo salvadas, la salud del planeta está mejorando como nunca antes lo había hecho. Pero la principal víctima de esto es, cómo no, la economía, por lo que no merece la pena que la gente sepa que se está equilibrando la balanza economía-salud ambiental, y que es posible que siendo así todo funciona mejor. Ojo, no quiero decir que esto que está sucediendo de forma tan drástica sea como tiene que ser, pero sí que se demuestra por sí solo que dicha balanza la podemos equilibrar de manera muy fácil y en muy poco tiempo. 
¿Qué más hace falta para que empezemos a priorizar el bienestar global ante el dinero? ¿Por qué nos cuesta tanto deshacernos de la máscara del egocentrismo? ¿Realmente somos la especie más evolucionada? Quizás sí, pero también quizás hemos evolucionado demasiado, quizás tanto hasta el punto de que sea excesivo. Ya a mediados del siglo XIX un auténtico visionario, Charles Darwin, dio con la clave de la supervivencia: la adaptación de las especies. Aquella que no se adapta se extingue. Nosotros hemos sobrepasado la barrera de la adaptación de tal manera que hemos conseguido adaptar el medio a nosotros en lugar de nosotros adaptarnos al medio, pero como ya dije, estoy convencido de que todo esto puede ser una señal para disminuir este ritmo de inmesurable caos y desorden. Rectificar es de sabios y retroceder un poco sobre nuestros pasos es, sin duda, la nueva clave de la adaptación y por lo tanto, de la supervivencia.