7.4.13

Carmen Valdés



Un día fue los ojos de una niña  
que ven el mar por vez primera.
Luego se rodeó de aromas:
la vida olía a leche de las hembras
y al cálido aliento que solo dan las lobas.
Su voz, al igual que su silencio,
restallaba cuando la noche se vestía
de mañana. Sus  dedos entonces
trenzaban los cordones,
humedecían el pan y se enredaban
a las manos del cachorro.
Hablaba luz y comía, poco a poco,
del delicado maná de los humildes,
lloraba en los fogones del crepúsculo
y reía como el agua ríe en los arroyos.
Sabía ser invierno y, de repente,
caldear los rincones de la estancia
solo con su presencia,
siempre apenas perceptible.
No tuvo más voluntad
que las ajenas.
Yo vi como paraba
aquel corazón que latió tanto.
La acompañé hasta la estación
y le dije adiós con el pañuelo.
Siento ahora una emoción extraña:
no sé cómo lo ha hecho
pero ha vuelto.  Tal vez
nunca se ha ido.

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