
Sube de lo lejano hasta saciarse
de húmeda memoria
el rescoldo del día.
Ahora me veo, cercado y pálido,
interpretando los augurios
del silencio repentino. Los gritos
ahogados de los niños suenan
abajo a quien se va y odia las despedidas:
las copas manoseadas, el tufo denso del tabaco,
la ligera cefalea o el malestar de estómago.
Sola la soledad me queda,
para apurarla con la avidez del usurero
y subir de lo lejano.
Hasta saciarme
de la levedad involuntaria que se agita
en el rescoldo del día.
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